jueves, 30 de septiembre de 2010

Secretos en Houston: Capitulo 1

De mi pasado a Houston
 Mis propios gritos me despertaron.
 Saque el cabello de mi rostro. Los números de mi despertador digital iluminaba el piso de mi habitación, desprovista ya de muebles. Brillaban como un anuncio de neón en la oscuridad.
 La media noche.
 El sueño no era nuevo, pero eso no evitaba que sea aterrador, como siempre. Aquella noche de noviembre, ¿acaso me perseguiría para siempre? No era el sueño en si tenebroso, sino lo que representaba.
 Mis padres sonriéndome, caminando cada uno a mi lado tomándome de las manos. Yo como una niña. Luego de la nada, como si alguien apagara la luz en una habitación blanca y radiante, nos golpea la oscuridad. Sus manos desaparecen, se desvanecen de entre las mías y caigo al suelo. Abrazo mis rodillas y me quedo quieta. La luz se enciende, no, aun hay oscuridad pero yo logro ver algo. Noto que ya no soy una niña, soy una adolescente, una mujer.
 Alguien me palmea en el hombro. Me doy la vuelta sobresaltada y veo una niña con un vestido que yo usaba de pequeña, con el vestido que yo había estado usando hace unos momentos. Me siento usurpada. Pero miro bien, la niña tiene unos ojos azules, brillantes, hermosos. La niña soy yo misma. Soy yo de pequeña.
 Pronto me doy cuenta que no es que yo viera mejor. Ella se ve mejor, ella brilla. Me observa unos instantes y sale corriendo. Me abandona. Se une con dos figuras mas adelante, también brillan. Son mis padres.
 Se alejan caminado despacio, dejando oscuridad a su paso. Trato de alcanzarles, pero no me muevo. Comienzo a gritar, pero no me escuchan.
Siempre era el mismo, lo había sido hacia dos años. Michele, mi madre adoptiva, ya no venia a revisar. Se había acostumbrado a mis gritos. También había dejado de preguntar sobre mis sueños. Acostumbrada ya a mis esquivas respuestas.
 Hacia dos años que mis padres y yo habíamos tenido ese desafortunado accidente.
 De la nada ya no estábamos en el auto, estábamos en un prado. Ellos estaban asustados, agarrados de la mano. Parecían prefectos. Recordaba lo extraño que era para mí. Me miraban a lo lejos, apenados, pero perfectos. Mire mi cuerpo. ¿Por qué yo no estaba perfecta? Comencé a asustarme. Me levante para ir hacia ellos y fue ahí cuando me di cuenta de que no podía, no podía avanzar mas de donde me encontraba. En una oportunidad el campo desapareció y pude correr hacia ellos. Llegue a tomar la mano de mi madre y luego algo me arrastro. Lejos.
 Desperté dos semanas después. Mis padres no tuvieron tanta suerte. Ellos nunca pudieron despertar. Murieron en el acto, yo estuve en coma.
 Así era la vida, dios decía tu si, tú ven, no, tu no. No, tu vivirás, pero no tu. Tú vendrás conmigo.
 Mis padrastros, Michele y John, eran los mejores amigos de mis padres. Cuando ellos fallecieron me adoptaron sin pensarlo, se habían casado unos meses antes del accidente. Los trámites para mi adopción fueron increíblemente rápidos. El jefe de mi padre movió muchas influencias, dijo que eso era lo que mis padres hubieran querido.
 Yo solía pensar que Michele y John eran el matrimonio perfecto. Pero al cabo de un año, las discuciones nocturnas eran cada vez peor. Una vez discutieron sobre mí. John quería llevarme ante un doctor. Un psiquiatra, para ser precisos. Nunca olvidaría sus palabras Pensé que mejoraría. Comenzó diciendo. Pero ha empeorado. Desde que cumplió dieciséis su expresión ha cambiado. ¿Acaso no puedes verlo? Mira sus ojos Michele. No dejes que te engañe su sonrisa. Mira en sus ojos, no hay vida en ellos. Ella se canso de luchar para seguir. La expresión de sus ojos  no es normal. Ya no puedo verla así.
 No volvió a mirarme igual desde aquella noche. No volvió a mirarme a los ojos. Yo no le culpaba. El me amaba, pero aquello supero sus fuerzas.
 Nunca supe bien porque fue que al final se separaron. Si fue por mi o por ellos.
 Michele me dijo que había sido porque se dieron cuenta de que no podían vivir juntos. Pero yo siempre supe que mi presencia ayudo un poco.
 Entonces ahora solo éramos Michele y yo.
 Al cabo de unos minutos de admirar mi techo me di vuelta para volver a conciliar el sueño. Seria un día muy pesado el que me esperaba. Debíamos terminar de empacar, pues nos mudaríamos ese mismo día.
 La voz de Michele fue la que me despertó a las seis de la mañana, según mi confiable despertador. Me vestí y salí de mi habitación. Camine por los pasillos y las habitaciones carentes de muebles, ya que estaban de camino a Canadá. Llegue a la cocina y la encontré, me miro con sus ojos de color café. Tenía edad como para ser mi hermana mayor. Veintisiete años. Pero parecía mas joven aun. Ella tenia ese don que muchas mujeres desean tener, los años nunca se le notaban. Solo la expresión de sus ojos aveces la delataba.
_Siempre creí que estabas en contra de las doctrinas del ejercito_ bufe al agarrar el bol con cereales que me ofrecía.
_Ja-ja-ja._ dijo irónicamente_ Jana, ya sabes que debemos irnos temprano. Nos espera un largo viaje._
_Primero tenemos que terminar de empacar las cosas que faltan._ le corregí.
_Ni me lo digas_
 Ambas nos sentamos en el piso y nos recostamos contra la pared de la cocina.
_Voy a extrañar esta casa._ dijo con la boca llena. Así era mi Michele.
_Yo también._ me sorprendió la verdad de mis palabras.
_ Te va a encantar Houston._
 _Pero allí siempre llueve._ dije en un puchero.
_Eso no es cierto._
_ ¡Claro que si! Investigue por Google, es una zona de baja presión. ¿No podrías haber comprado una casa en un lugar mas caliente? ¿O menos húmedo y lluvioso?_
_ ¡Por favor! Para ti si llueve mas de una vez al mes ya es lluvioso._ dijo tranquilamente mientras llevaba una cucharada de cereal a su boca.
_ ¿Bromeas? Espero poder resistirlo._ señale el lado izquierdo de mi cuerpo, el lado mas afectado en el accidente.
_Usaras bastón._ apenas pude entender mientras terminaba de tomar la leche que había quedado en el tazón.
_No!_ gemí.

 Dos horas después no era el frío lo que me afligía. No sentía la sangre en mi rostro. La cabina del avión se hacia cada vez mas pequeña.
 Había una explicación a los síntomas.
 Miedo a volar.
 Desde la fila del medio Michele me observaba preocupada.
 La anciana que se sentaba a mi lado miro mis manos y luego mi rostro. Tenía gestos nobles, me recordaba a mi abuela.
_Yo también antes tenía miedo a volar. No te preocupes querida._
Mi estado no cambio.
_ ¿Quieres que le pida a la aeromoza un calmante para ti cariño?_
_No… estaré bien._
 Me incorpore y tome los auriculares del avión.
_ ¿Segura?_
_Si… la música me ayudara a calmarme._
 Presione distintas teclas de la pantalla táctil que estaba incrustada en el asiento delantero. No lograba encontrar la forma de hacer funcionar esa cosa. La anciana me toco el hombro, yo me saque los auriculares.
_Debes ir a ese menú._ dijo presionando la pantalla._Y ahí puedes seleccionar el tipo de música._ pulso una de las opciones y la música comenzó a sonar._ ¿Ves?_
_Muchas gracias._
 Genial, hasta una anciana sabía más de tecnología que yo. Mire hacia Michele, escondía su rostro con su abrigo, ella dijo que los necesitaríamos mas tarde, se estaba riendo de mi.
 Comencé a buscar entre las opciones que podía elegir. No quería ni pensar ni relajarme. Si comenzaba a pensar, llegaría el arrepentimiento. Arrepentimiento por aceptar la propuesta de Michele de mudarnos a Canadá sumado a la culpabilidad diaria de que yo estaba arruinando la joven vida de Michele, obligándola a actuar como madre. Además del arrepentimiento de que alguna vez, antes de que fuera demasiado tarde, antes de que Michele y John se separaran, antes de arruinar sus vidas, yo pude simplemente haberme ido a vivir con mis tíos como correspondía en aquel momento. Pero al haber dejado que el jefe de mi padre moviera sus influencias, las cosas terminaron como yo quería. El lo llamo el último deseo de mis padres, el hecho de que yo estuviera con quienes yo necesitaba en ese instante. Debí haberme negado.
 Debí haberme negado.
 Era mejor no pensar. Busque por género y presione sobre los archivos de heavy metal. Como era de esperar no conocía ninguna de las bandas. Mi estilo consistía en música clásica. Prefería principalmente los solos de piano. Pero ahora no me ayudarían en nada. Elegí al azar, rápidamente la desconocida música llego a mis oídos. Subí el volumen hasta que lo considere seguro para mis tímpanos. No lograba tapar mis pensamientos.
 Que mas da... pensé para mis adentros y subí el volumen al máximo.
 El avión despego suavemente, mejor de lo que yo esperaba. Cerré los ojos y comencé a tratar de descifrar la letra de la canción. No dormí en todo el viaje, pero me aprendí todas las canciones del álbum.
 La música desconocida siempre me funcionaba. Siempre la utilizaba cuando no podía soportar mis pensamientos. Cuando no hubiera otra cosa al alcance que me distrajera lo suficiente. Por eso mi iPod, cortesía de John, siempre estaba lleno de música que yo ni siquiera conocía. Un nuevo albun me duraba hasta que me lo aprendía y lo borraba para dar lugar a otro. Casi siempre eran los albunes que me enviaba John por correo, el trabajaba en una compañía discográfica, cada semana junto con un nuevo libro. A veces me enviaba dos CDs, a veces mas, algunos ni siquiera todavía habían salido a la venta. Como si supiera lo que yo hacia. Para resguardar la seguridad de su empleo nunca las bajaba a Internet, bueno, para ser franca, no sabia como hacerlo ni me preocupaba mi ignorancia en el tema.
 Algunas horas y un par de tímpanos rotos después, el avión aterrizo. Sin turbulencias, ni aves que se atascaran en el rotor, ni desperfectos técnicas que hicieran que Michele, yo y todos los pasajeros fuéramos a otro tipo de vuelo, a uno que no podríamos regresar.
 Y eso era genial. Aunque si me detenía a pensar morir en un vuelo seria lo mejor. No habría cuerpo que velar o sobre el cual llorar. Sentirías el dolor cuando ya estuvieras a punto de morir. Y sobre todo, que era mi certeza en la vida en ese momento, si ese avión se hubiera estrellado yo moriría joven.
 No.
 Necesitaba música. ¿Donde estaba mi iPod?
 Michele se mofo de mi cuando bajamos el avión y me molesto la brisa. Estábamos a Noviembre y era Canadá.
_Esto no es nada._ me anticipo.
 Eso solo significaba que haría mas frío en Houston. Bueno, pero eso yo ya lo sabia. Pero que lo quisiera aceptar era otro tema.

Llegamos a destino después de un aterrador-para mí- y genial-para Michele- vuelo en avioneta.
 Houston era el pueblo natal de Michele. Cuando me lo confeso, yo no podía creerlo. La idea no me cuadraba. No encajaba con la sofisticada, moderna, vanguardista Michele. En mi vocabulario la palabra pueblo y Michele no irían en la misma oración. A menos que esa oración sea La sofisticada Michele, contadora, nunca había pisado, ni pisaría, un pueblo en su vida.
 Con 3.200 habitantes, Houston era la Capital Steelhead de Canadá gracias al amplio sistema de lagos y ríos que rodean al pueblo.
 Así había sido mi vida. Nacida en Nueva York. Había vivido hasta los ocho años en un departamento con vista al Empire State, donde viví como la niña que todas las otras niñas querían tener de amiga.
 Le siguió Las Vegas, hasta dos meses después de mi total recuperacion del accidente, donde pase de ser la reina de todos los bailes, a la popular auto recluida social que no quería ir a ninguna fiesta ni salir con nadie.
 Aun recuerdo mi primer día de clases en esa escuela. Un día María compartió su almuerzo conmigo, desde entonces fuimos mejores amigas. Cuando nos cambiamos de escuela para entrar a la secundaria, Matt, un chico dos años mayor que nosotras se ofreció a hacernos un tour por la escuela. Dos meses después me convertí en su novia. Desde el principio fuimos populares, éramos parte de las blue girls, junto a Linda y Carmen, siempre llevábamos las uñas pintadas de azul. Cuando a principios de noveno año corte con Matt, no pasó mucho tiempo en que el capitán del equipo de futbol, Johnny, se fijara en mí. Corte con el antes de volverme a mudar, justo un año después de que empezara a salir con el.
 Luego San Diego, donde deje de usar ropa de diseñador y almorzaba sola en algún lugar alejada de todos.
 Para mi disfrute había tantos estudiantes en mi escuela que simplemente no me notaban. Además mi personalidad nunca había encajado con la una adolescente popular. Era madura para mi edad. Además de que nunca me habían gustado las actitudes de algunos de mis amigos, eran… crueles.
 Yo también lo había sido.
 Siempre había pensado que si no era popular no era nadie. Mi madre fue popular en la preparatoria. Mi padre el mariscal de campo. Cuando ellos murieron, no le vi el sentido de vivir así, era como una existencia… vacía, hueca. No me gustaba salir de compras y sin embargo lo hacia, no me gustaba estar rodeada de personas que se fijaban si me había peinado correctamente y aun así me miraba en el espejo seis veces antes de salir de casa. No me gustaba la manera en que mi novio golpeaba a nuestros compañeros solo porque no eran como nosotros o porque le miraban mal o… no se y sin embargo presencie muchas peleas sin hacer nada.
 Yo también había sido cruel.
 Supuse que al final la ropa y los accesorios lo eran todo, sumado a los amigos correctos y a una buena sonrisa para las fotos.
 Superficial. Si, definitivamente ser popular no tiene nada que ver en como seas en el interior, solo el exterior cuenta. La gente supone que porque luces seguro de ti mismo, lo estas.
 Por eso había aprendido que si te alejabas de cierto tipo de personas no destacarías y podrías vivir sin darle explicaciones sobre tu vida privada a nadie. Una vez me había tropezado con el mariscal de campo y –para la envidia de todas las chicas que estaban a mi alrededor- el recogió mis libros. Me acompaño a todas mis clases hasta que le mencione protestas para la protección de los animales y ovnis. La táctica había funcionado. Nadie del círculo popular me volvió a hablar o mirarme después de eso.
 Descubrí que se me daba bien la soledad. Nunca me había apetecido ser popular, pero sentía que si no lo era, no habría nada más para mí. Estaba tan equivocada.
 Solo extrañaba una cosa de esa vida. María, mi mejor amiga. Ella no era superficial. María era simplemente María. Cuando me mude a California seguimos hablándonos. Siempre ella me visitaba cada dos semanas o yo a ella.
 Me pareció raro que esas cosas se me vinieran a la mente en ese momento cuando, oficialmente me mudaba por tercera vez.
 El jefe de policía, Ed según Michele, nos esperaba para llevarnos a nuestra nueva casa. En Houston no había taxis. La casa se encontraba en la zona mas alejada del pueblo, adentrada entre los árboles. El jefe Ed era tímido, no a mis extremos, pero lo suficientemente callado. El y Michele habían sido compañeros de escuela.
 Luego de sobrevivir a diez minutos de anécdotas y un ligero trauma por viajar en la parte trasera de una patrulla llegamos al que seria mi nuevo hogar.
 Estaba al final de una escasamente iluminada calle, que gracias a dios era de asfalto. Cuando estabas por llegar al final del camino solo divisabas a ver un muro de árboles, pero si seguías de largo y virabas a la izquierda podrías encontrarla.
 Era la casa promedio de dos plantas, de tamaño medio, pero enorme para solo dos personas. Estaba recién pintada, sin plantas, sacando a todos los árboles de alrededor. Pero a pesar e todo, calida. Había algo especial en ella. Pero no sabia que.
 Un caminito de piedras te llevaba al umbral. Y otro mas ancho al el garaje del fondo.
 Me quede parada en la acera mirando a mí alrededor mientras Michele hablaba de los viejos tiempos con Ed. Me aventure al interior cuando ya no soporte las anécdotas que me habían estado torturando todo el camino hasta allí. Como la vez en que ella, Ed, su hermano y John hicieron explotar el buzón de esta misma casa cuando nadie vivía en ella.
 Utilicé mi reluciente llave. La casa aparecía tan grande sin muebles. Recorrí cada habitación. Los únicos espacios que estaban amueblados eran la cocina- a excepción de la heladera- y el cuarto de baño. Aunque había un sillón de tres cuerpos en una de las habitaciones de la planta alta.
 Deslice mis dedos sobre los azulejos celestes, eran nuevos. Todo el baño, la cocina y el empapelado del interior de la casa lo eran.
 La casa había sido refaccionada para la venta.
Suspire con alivio. La compra no había sido una mala inversión.
 No.
 La verdad era que quería convencerme de que mi pena por haber vendido mi piano de cola no era en vano, ya que también quería convencerme de que había sido la decisión correcta. Pero sabía que cada vez que caminara por esta casa sabría que mi hermoso piano negro habría pagado la mitad de su valor. Y que nunca volvería a sentarme en el para acariciar sus teclas de marfil, deleitándome con sus incrustaciones en oro, mientras la música que nacía en mi interior se liberaba en ese rose hermoso. Siendo ese momento el único donde yo era yo misma. El único en que el que nada a mí alrededor influía en mí, porque nada existía. Nada excepto yo y mi piano.
 En ese momento había un coleccionista que se revolvía en placer por haber incorporado en su colección una pieza única en su tipo.
 Los pasos de Michele subiendo las escaleras me sacaron de mis pensamientos. La espere en el tope y la vi subir con esa elegancia propia de ella, solo para ver que era esa elegancia era una vez mas arruinada al hacer movimientos exagerados de cintura imitando mediocremente a una diva de Hollywood.
_No tienes remedio._ dije entre unas risas que no podía evitar.
 A veces no sabia quien era la madre y quien la hija.
_ ¿Te gusta?_ me pregunto expectante.
_Es una casa hermosa_ me encogí de hombros.
_Lo siento._ dijo agachando la mirada.
 La mire confundida.
_Es la tercera vez que te mudas…_ intento sonreír pero no lo logro y rompió a llorar.
_No…_ La abrace fuerte y ella aun más a mí. _No… no importa. Yo se que esto es lo mejor._ le dije suavemente, intentando que mi voz la calmara.
_Pero la humedad… tu pierna._ dijo entre sollozos.
 …y mi brazo y mis costillas…
_Mi pierna nada. Todo va a estar bien. Shhh… Shhh…_
 La envidiaba, yo también quería llorar. Ya extrañaba mi otra casa, a María. Ahora ya no nos podríamos ver tan seguido, ya que estábamos en otro país, no en otro estado. Mi piano, quería llorar a gritos, pero eso no ayudaría en nada. Michele decidió que ya no podía vivir más allí.
 Ya nos habíamos mudado una vez por mí, yo había sentido lo mismo cuando vivíamos en Las Vegas y cuando ella me dijo que ya no podía vivir mas en California, lo acepte. Yo la entendía y me iría con ella a donde fuera. Ella era la única que seguía creyendo que yo me recuperaría algún día.
 Incluso más que yo misma.
_ Tu piano…_ dijo abrazándome mas fuerte.
_Lo que más me importa en este momento lo tengo entre mis brazos._
_Te quiero, Jana._
_Yo también te quiero… mama._
 Hubiera querido que sonara más natural.
_No tienes que llamarme así si no quieres._ dijo apartándose mientras se secaba los ojos con una de las mangas de su jersey.
_Pero eso eres. Mi mama._
_No te merezco._
_Llevamos aquí aproximadamente dos horas y ya le afecto la humedad a tu cerebro ¿a que si?_
_ ¿Que clase de tratos le das a tu madre jovencita?_ dijo agravando la voz mientras movía un dedo acusador.
_ ¿A quien quieres engañar?_
 Comencé a hacerle cosquillas.
_Esa es mi niña, siempre desafiando a la autoridad._
 Las cosquillas terminaron cuando mi estomago hizo un ruido aterrador.
_Bueno._ Michele empezó a bajar las escaleras.
 Nuestras maletas seguían al lado de la puerta. Ella agarro su abrigo que se encontraba arriba de ellas. Tomo mi abrigo y me lo lanzo. Puso la mano en el picaporte dispuesta a abrir la puerta.
_ ¿A dónde vas?_ le pregunte confundida.
_A comer_ dijo tranquilamente.
 Acto seguido puso sus manos en los bolsillos de su abrigo. Alzo su cabeza mirando con la mirada fija en el techo, pero yo sabia que miraba a la nada. Siempre hacia eso cuando pensaba.
_ Espero que Dolly’s siga existiendo._ sigo en un suspiro.
 La mire aun sin entenderla.
_Vamos._ dijo saliendo afuera.
 Me puse mi abrigo y cerré la puerta. Michele me esperaba afuera. Comenzó a caminar a la calle oscura al verme. Yo no la seguí. Si pensaba que caminaría en una oscura calle en medio del bosque sabiendo que hay tantos animales por ahí, estaba loca. Se dio cuenta de mi inmovilidad, eso supuse, porque se dio la vuelta, se acerco a mí y me tomo del brazo llevándome a la calle.
_ ¿Le tienes miedo a la oscuridad?_
_No, pero… _
_ nada de peros. Vamos, tengo hambre. A este paso no llegaremos al pueblo dentro de dos horas. Y de veras que tengo hambre._
 La mire asustada. Ya estábamos al borde de donde acaba la luminosidad de la luz exterior de la casa y de donde comenzaba la oscuridad de la calle. De repente paro y se dio la vuelta, doblándose mientras se sostenía el abdomen.
_ ¿Que te pasa?_ le pregunte preocupada.
_Es… es…_ no podía hablar.
Comenzó a reír ruidosamente. Y lo comprendí. Se estaba mofando de mí. Odiaba cuando lo hacia. Lo peor de todo era que yo siempre le creía.
_Eso no es gracioso._
_Tu… tu cara._
No le conteste.
Nos quedamos paradas en ese límite unos momentos. Cuando de la nada ella paro de reír y se levanto. Con las manos se limpio las lágrimas. Aun sonreía.
_Siempre caes._ me dijo.
 La fulmine con la mirada. Nos quedamos así unos instantes, ella aguantando la risa y yo mirándola enojada. Se me acerco y me tomo de la mano.
_Lo siento… es que pones una cara que…_ sonrío_ bueno ya te imaginas._
 No le conteste.
_Es que no pude resistirme… bueno, ahora en serio._ me miro seria mientras yo arqueaba una ceja ante la frase “en serio”_ Tengo una regalo para ti._
 O no. Dijo REGALO. No me gustaba esa palabra. Sus regalos siempre eran tan… perfectos. Y ya sentía que le debía mucho.
Me arrastro hasta la parte trasera de la casa. Donde estaba el garaje. Con una llave larga y nueva abrió el botón, también nuevo. Me quede impactada al verlo.
 Era hermoso.
 Perfecto.
 Michele comenzó a reírse a carcajadas.
_Perdón pero ese es mío._ dijo señalando al Chevi Nova amarillo, del ’74.
 Se me callo toda la ilusión.
_ ¿No es hermoso? Perteneció a mi padre y me ha estado esperando en el garaje de la casa de Ed por mucho tiempo._
 Había una pasión que compartíamos Michele y yo, los autos. No éramos expertas, pero nos defendíamos.
_Nop. Este es tuyo._ dijo sacando una sabana que cubría un auto que yo ni había notado que estaba allí.
 Me congele.
 Estaba viejo. Y no viejo restaurado y perfecto como el de Michele, sino VIEJO.
 Pero era mío.
 La pintura que se suponía debía ser de color naranja ahora era de color ladrillo decorada por parches de arcilla por todos lados. Las gomas eran viejas también.
Pero era mío.
MI Camaro.
_ ¿Y? ¿Te gusta?_
_ ¿Que si me gusta? Es… ¡perfecto! ¡Lo amo!_ dije abriendo la puerta y escabulléndome en el asiento del conductor.
_No arranca._ me advirtió
_No importa._ grite eufórica.
Abrasé el volante y salí dando saltitos como niña pequeña. Tenía auto. Tenía auto. No lo podía creer, mi primer auto… ¡y era un americano!
 Abrasé a Michele un gritito agudo de euforia, mientras seguía dando saltitos.
_Y no lo hará dentro de un tiempo._ me advirtió.
_No importa._
_meses._ insistió.
_No me importa._ la solté para mirarla a la cara, éramos de la misma estatura._ ¡gracias!_
 De repente un sentimiento me inundo. Hacia mucho que no reía de esa manera.
 Después de muchos otros abrazos entramos al auto. El viaje fue cómodo. Intente memorizarme el camino pero estaba muy oscuro. Podía ver a los árboles pasar y pasar. Vete acostumbrando a la idea, pensé para mis adentros.
 En ese momento pensé algo que no me había permitido pensar hace mucho. Extrañaba tanto las vegas. Esa ciudad llena de luces y espectáculos que estaba en medio del desierto. Nunca me había dado cuenta lo mucho que disfrute allí.
 Ahora tendría una vida muy distinta. Debería empezar otra vez. Ya me había hecho un plan mental. No hablaría con nadie, no almorzaría en la cafetería y definitivamente me alejaría de los deportistas.
 Un gritito de euforia me despertó de mis pensamientos.
_ ¡Si existe!_ exclamaba Michele.
 Habíamos llegado a Dolly’s.
 Genial.
 Al entrar definitivamente se podía notar como el tiempo se había quedado atascado en ese lugar. La cafetería parecía sacada de una película de los ochenta. La barra, las mesas rodeadas por esos sillones, la rocola. Todo. Era lindo, pero a la vez deprimente. Si me dormía yo también me quedaría atascada en este lugar. Un escalofrío paso por mi espalda al imaginar la idea.
 Nos sentamos en la barra para una cena rápida. La mesera se quedo congelada al ver a Michele.
_ ¿Michi?_ dijo confundida.
_En carne y hueso, Cindy._ dijo Michele con una radiante sonrisa.
 La mujer se quedo pasmada.
_también es un gusto verte de nuevo._ Michele contesto al silencio de Cindy.
 Se quedo así unos segundos, pasando su mirada de Michele a mi, de mi a Michele.
_ ¡No puedo creerlo!_ dijo en vos muy alta, tanto que algunas personas se dieron vuelta. _ ¡No puedo creerlo!_ repitió. Abrazando repentinamente a Michele._ ¿Y John? ¿Dónde esta?_
Pregunta peligrosa.
_Nos hemos separado._ le explico fingiendo indiferencia.
La mujer se volvió de piedra nuevamente.
_ Te has operado la nariz._ cambio de tema Cindy.
 Sin quererlo, yo comencé a reír. Ella fijo la vista en mí. ¿Nadie le dijo nunca que mirar tan fijo es de mala educación?
_ Hare de cuenta que no escuche eso._ dijo Michele estrechando los ojos. _ Ella es mi hija._ magnifico la palabra hija al máximo mientras pasaba su brazo por mis hombros._ ¿No es divina?_
Oh, no. Cállate Michele.
_Eres muy bella…_
_Ángel._ se me adelanto Michele.
_Jana._ corregí yo.
La mujer me dio un beso en cada mejilla.
_Mucho gusto._ dijo con una fingida sonrisa.
 Se había dado cuenta. Su cerebro había estado procesando los números. Definitivamente no encajaban. Michele parecía más bien mi hermana que mi madre.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Secretos en Houston

 ‘¿Qué se supone que uno debe sentir cuando alguien muere? ¿Uno tendría que sentir tristeza? ¿Ira? Talvez las dos cosas juntas… talvez ninguna… no lo se. ¿Qué se debe decir?... ¿Qué se debe hacer?.. No lo se. Uno siente tristeza… uno extraña. A veces… uno llora. En un momento están ahí para ti y al otro ya no lo están, no vuelven a estarlo nunca. No pueden volver, ni tampoco puedes traerlos de vuelta…Entonces… ¿Qué se siente morir? Yo nunca pude contestar esa pregunta…Me han dicho que no sientes nada, justo en ese preciso momento no se siente nada. Es cuando te das cuenta, cuando ya no sientes dolor, te sientes mejor. Yo no se si será verdad… no recuerdo. Pero lo que si se es que uno extraña, se extraña a ese alguien que se va.’

Bienvenidos a mi blog!!!!!

Holis!!!
 Despues de muchos intentos fallidos al fin tengo mi blog para poder publicar mis historias. Les comento, yo suelo tener sueños raros, esto, convinado a una gran (graaaaaaaaaaaannn) imaginacion, dio por resultado estas humildes historias.... por ahora solo voy a publicar una, cuyo nombre es Secretos en Houston...
 Que lo disfruten!
P.D: mi ortografia es mala, pero hago lo posible para mejorar... asi que a los fanaticos de la ortografia... perdon...TT
 Nasha